Escrito por Katie Muxworthy
Al revisar Instagram, veo que una de mis páginas favoritas publica un meme muy divertido sobre una relación pasada. Una foto de una serpiente con la leyenda "¿quién le hizo esta foto tan cándida a mi ex?", seguida de un montón de emojis llorando y riendo y miles de 'me gusta' como muestra de complicidad.
El estereotipo del "ex horrible" no es infrecuente, y volver con una antigua pareja se considera un tabú. Pero, para mí, mi ex novio no es una figura fantasmagórica de mi pasado que recuerdo con pesar. Mi ex novio es el hombre con el que me voy a casar.
Nos conocimos en 2014, tras coincidir en una aplicación de citas. Fue justo antes de Navidad, y ambos compartíamos intereses por la misma música y los mismos libros. Hablamos durante una semana más o menos antes de que me preguntara si quería quedar con él para tomar algo. Como eran fechas festivas, yo también iba a tomar unas copas después del trabajo en un bar con una oferta de actividades espantosas. Ya sabes, de esos con mesas de ping pong y cócteles temáticos y mesas comunales que te obligan a relacionarte con Gary de contabilidad.
Debido a la falta de organización y a la agitación en el trabajo antes de las copas, no me di cuenta de que mi teléfono se estaba quedando sin batería hasta que fue demasiado tarde. Envié un mensaje rápido a mi cita, diciéndole que le avisaría cuando terminara en ese horrible bar para que pudiéramos quedar.
Entonces mi móvil murió.
Para ser honesta (y soy consciente de que esto me situaría en el territorio del ghosting potencial), no pensé que mi cita se fuera a molestar. Estaba acostumbrada a quedar con gente y a que la conversación se desvaneciera al cabo de uno o dos días, o a que los mensajes para quedar fueran bastante vagos. O bien tenía una cita y no volvía a saber nada de él. Había llegado a la conclusión de que quizá mis posibles citas no estaban interesadas, así que ¿qué importaba si yo tampoco lo estaba?
A la mañana siguiente, con la cabeza un poco confusa y la batería del teléfono a tope, miré mis mensajes y descubrí que había intentado ponerse en contacto conmigo varias veces y que, finalmente, se había rendido. Me sentí como una mierda. Me había hecho ilusiones con esta cita, había disfrutado de nuestras conversaciones y había mirado las fotos de su perfil de citas más veces de las que quisiera admitir. Entonces, ¿por qué me había auto-saboteado inmediatamente por una completa falta de organización y me había convencido de que a nadie podía importarle tanto una cita fallida conmigo?
Escribí una disculpa. Le dije la verdad, que mi teléfono había muerto, que no estaba preparada y que me sentía fatal. Después me enteré de que había estado sentado con el abrigo puesto esperando mi mensaje para decirle que viniera a verme.
Así comienza la primera de las muchas segundas oportunidades que nos hemos dado a lo largo de los años. Y esta puede ser la que más agradezco.
Mi teléfono sonó y él respondió: "¿Cómo te está tratando la resaca?"
A partir de entonces, reanudamos el intercambio diario de mensajes. Ambos habíamos vuelto a nuestras casas familiares por Navidad y pasamos las vacaciones compartiendo fotos de pijamas horribles y llamándonos para dar largos paseos por nuestras respectivas ciudades.
Me dijo que si íbamos a tratar de tener otra cita, yo tenía que encargarme de la planificación, ya que todavía tenía que compensarle por nuestro primer intento. Acepté y dos días antes de Nochevieja quedamos en un bar de la zona.
Pedí una botella de vino tinto y hablamos durante horas y horas. Era como si fuera mi mejor amigo, al que no había visto en años, y nos estuviéramos poniendo al día. Fuimos yendo de bar en bar, bajo la peculiar luz invernal de las farolas, y terminamos la velada bailando al aire libre al son de la música que salía de un garito nocturno. Le miraba como si resplandeciera y de verdad creía que era perfecto.
Los siguientes 10 meses pasaron muy rápido. Bailábamos al son del otro, viviendo sólo a la espera de la siguiente vez que pudiéramos vernos. Fuimos a festivales, viajamos, nos pasamos el fin de semana juntos en la cama, íbamos juntos al trabajo y casi respiramos al unísono. Sentí que había encontrado al gran amor de mi vida. Ambos ignorábamos los comentarios de amigos y familiares preocupados porque ya no nos veían, o porque íbamos demasiado rápido. Cada instante que pasaba despierta pensaba en él.
Y un día, en septiembre de 2015, mientras salíamos de fiesta por separado con los amigos, por primera vez en mucho tiempo, desapareció.
Mis mensajes de texto no se recibían, sus amigos ignoraban mis mensajes de preocupación, mis llamadas no se atendían. Para abreviar una larga y muy dolorosa historia, él había ido en busca de una ex-novia por la que todavía sentía algo. Una ex novia de la que yo no tenía ni idea.
Nuestro intenso torbellino de adicción mutua se vio repentinamente detenido por la desordenada realidad de los sentimientos no abordados. El mundo al que me había acostumbrado se vino abajo y rompimos.
Durante ese breve periodo de tiempo, supongo que se convirtió en el ex del que estaba dispuesta a compartir memes maliciosos con mis amigos. Ignoré que nuestra relación había sido intensa, absorbente y poco saludable, y en su lugar le eché la culpa a él, a su insensatez, a su egoísmo y a su incapacidad para comunicarse conmigo.
Se convirtió en el ex novio malvado al que nunca podría perdonar.
Sin embargo, (y en toda buena historia de amor como la nuestra tiene que haber un sin embargo) mantuvimos el contacto de forma discreta y cautelosa. Las cosas no funcionaron con su ex y me pidió que nos viéramos, que le perdonara y que nos diéramos otra oportunidad.
Durante meses entramos y salimos de la vida del otro, una noche de alcohol y pasión aquí y allá o un fugaz "me gusta" en una publicación de las redes sociales del otro.
Existíamos, como dos lunas, que recordaban el big bang de esos primeros 10 meses, la belleza, la crudeza, la intensidad exhaustiva, pero por ahora, estábamos gravitando en órbitas diferentes.
No fue hasta unos 2 años después, 3 relaciones fallidas distintas, 5 países viajados por separado, que nos encontramos una vez más en un bar. Se había convertido en ese amigo con el que me ponía al día sobre la vida. Sin embargo, esta vez no estaba resplandeciente; lo vi como lo que era, con todas las arrugas y surcos y errores y los defectos que todos tenemos.
Hablamos largo y tendido, honesta y abiertamente, sobre nuestros valores y aspectos no negociables, y sobre cómo esta vez nos tomaríamos las cosas con calma. Durante los meses siguientes, nos reunimos tímidamente para tomar algún café, dar un paseo el fin de semana o asistir a un concierto de algún grupo musical que nos gustaba. A veces la confianza flaqueaba, y manteníamos largas e intensas conversaciones sobre lo que sentíamos que necesitábamos el uno del otro. Nuestros amigos y familias andaban a la expectativa, incluso con más cautela. Pero, poco a poco, empezamos a evolucionar juntos en la vida.
Se convirtió en nuestra nueva regla tácita la de ser honestos, abiertos y reales entre nosotros. Sabíamos que amábamos las mejores partes del otro, pero también aceptamos enamorarnos de las peores partes de cada uno.
Tres mudanzas, un traslado, un gato adoptado, dos nuevos trabajos y una propuesta de matrimonio después, hemos encontrado nuestra normalidad. Implica menos intensidad, pero mucha más sinceridad, madurez y comunicación.
Así que, aunque nuestra historia de amor no se parezca a la de esas comedias románticas un poco cursis, sigue estando llena de todas las cosas buenas que se necesitan para que una relación sea duradera. La amistad, el dolor, el crecimiento, las lecciones de la vida que, realmente, no quieres aprender en ese momento, y lo más importante, la certeza de encontrar lo que funciona para ambos.
Para mí, aunque hayamos tenido más de un bache en el camino, era un viaje que ambos necesitábamos transitar para llegar exactamente a donde estamos ahora. Y, actualmente, estamos decidiendo si podemos encontrar la manera de conseguir una food-truck de pizzas para el día de nuestra boda.
La próxima vez que vayas a tener tu primera, o segunda, o incluso decimoquinta cita, intenta recordar que no hay "reglas" cuando se trata de relaciones. Lo importante es averiguar qué es lo mejor para ti.
Ah, pero asegúrate de que tu teléfono está cargado: puede que un día acabes casándote con esa persona.